sábado, 26 de octubre de 2013

'La Vida de Adéle' - Naturalismo carnal

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Título original: La vie d'Adèle - Chapitre 1 & 2 Director: Abdel Kechiche (AKA Abdellatif Kechiche)  Guión: Abdel Kechiche (AKA Abdellatif Kechiche), Ghalya Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh) Música: Varios  Fotografía: Sofial El Fani   Reparto: Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Salim Kechiouche, Mona Walravens, Jeremie Laheurte, Alma Jodorowsky, Aurélien Recoing, Catherine Salée, Fanny Maurin, Benjamin Siksou, Sandor Funtek, Karim Saidi  Distribuidora: Vértigo Films
 
Adaptando libremente la novela gráfica “El Azul es un Color Cálido” de Julie Maroh, en su nueva película Abdel Kechiche se ha propuesto narrar la “Vida (sentimental) de Adéle”. El primer cambio respecto al cómic (que no he leído) es el título. A lo largo del film se conserva esa identificación del color azul con la protagonista y su crecimiento, pero realmente, lo importante del relato no es otra cosa que su personaje. El segundo cambio, y el más importante, es el nombre de la protagonista. Kechiche ha encontrado a una actriz maravillosa, Adèle Exarchopoulos, y ha creado un papel a su medida.

No estamos ante una película feminista, aunque sea un film de mujeres; ni ante una película homosexual, aunque las protagonistas puedan serlo; estamos ante una historia de crecimiento personal, de conocimiento de uno mismo, de encuentro con el deseo y de sus repercusiones. El director tunecino nos ha introducido visceralmente en la intimidad de su protagonista para mostrárnosla de forma natural y transparente, sin filtros ni afectaciones. Debemos de ver a Adéle y aceptarla tal y como es. Y gracias a la formidable actuación y a la dirección no es difícil encariñarnos con ella. 

Todas las virtudes y defectos de la película vienen de esta ambición de desnudar la intimidad de la protagonista en su totalidad, sin esconder nada, tratando de abarcarlo todo con naturalidad.

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En su afán por mostrarlo todo sin filtros, sin recurrir al drama o la comedia, manteniendo un registro neutro, la Palma de Oro 2013 peca de un extendido metraje que aunque atrapa, pesa. Está todo demasiado bien estructurado. Estructurado en dos partes diferenciadas -ascenso y caída, amor y desamor, tonos azules y amarillos-rojizos en Emma, recepción de clases e impartición de ellas, etc.- y cada parte dividida en distintos movimientos cuadriculados, sobretodo en la primera parte, marcados e introducidos por los momentos escolares en los que se reflexiona y adelanta explícitamente lo que ocurrirá a continuación. La película está también demasiado bien ligada, avanzando siempre sobre terreno adelantado y asentado de antemano. Además, hemos de admitir que si bien la película es medianamente valiente e innovadora en sus imágenes, no lo es tanto en la historia que hay detrás. Así, el metraje excesivo, la calculada estructura, la linealidad, predictibilidad y la convencionalidad de la historia se alían con ese tono intencionalmente neutro capaz de expresar con transparencia las emociones más que de contagiarlas, para poner una fina barrera entre Adéle y el espectador. Una estrechísima barrera que dificulta la identificación con la protagonista y la inmersión total en la historia y, en definitiva, hace que la “La Vida de Adéle” sea una excelente película, pero no la obra maestra que algunos podíamos esperar visto la unanimidad con que fue acogida en Cannes.

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Y sin embargo, hay algo en la película fascinante. Kechiche pega la cámara al rostro de su criatura como si quisiera acariciarla con ella, penetrar en su esencia y radiografiar su cuerpo e intimidad. El director trata de romper toda barrera física para introducirse inquisitivamente en el alma de Adéle hasta desnudarla en toda su belleza y su miseria. El resultado es una estética que no oculta ni filtra las imágenes para mostrar, en toda su profundidad, la vida sentimental de Adéle: un estilo de un maravilloso y carnal naturalismo. Parece que toda la preocupación de la cámara fuera hacer un retrato sincero y honesto de la protagonista, entre lo mórbido de Schiele y lo florido de Klimt. Un retrato en que la carnosa boca de Adéle, a menudo entreabierta, como cuando duerme, besa con pasión, o mastica espaguetis, es el núcleo central desde el que parte la cámara para mostrarnos con sensibilidad todo su cuerpo sin dejar escapar nada. Ni el llanto desgarrador, ni el moco que se desliza y cruza los labios, ni el sexo lésbico en explícitas y naturales escenas de diez minutos, nada es censurado o edulcorado por la cámara. Nada de esto es gratuito. Adéle no es un ser excepcional, sino un ser humano con sus deseos privados, sus miedos, sus contradicciones y sus defectos, una persona que ama y sufre, y esto no podía ser mostrado de una forma más natural a la que opta Kechiche. Sin ello, la conversación final en el restaurante no tendría esa sinceridad que llega a doler.

En La Vida de Adéle, las actuaciones de las dos magníficas protagonistas, la historia y la cámara se funden logrando una estética fascinante. Ese íntimo naturalismo carnal y sincero es sin duda la causa del éxito de la película pero también de sus defectos. Cuando finalmente la cámara se aleja del rostro que trató con tanto mimo y honestidad, cuando, por fin (¡tras tres horas de película!), la cámara deja marchar a una Adéle ya adulta, la impresión que queda en el espectador es como el azul. Cálida, hermosa, natural, y algo fría.

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